Inés Capdevilla.
La periodista Inés Capdevila del diario La Nación escribió un lúcido escaneo social latinoamericano para aproximarse a una respuesta a su pregunta de cabecera “¿Dónde será el próximo estallido? La pregunta que desvela a América latina”.
la realidad es que esa pregunta solo desvela a las clases dominantes latinoamericanas y de Washington y sus gobiernos en cada país. Además, a la pregunta le falta el “¿cuándo?” Si las respuestas a esas dos preguntas no hay forma de saber de que manera el espacio y tiempo se conjugarán en una tendencia probable. Ppor mucho esfuerzo que hagan los gurúes de las nuevas disciplinas, no habrá algoritmo cibernético capaz de averiguarlo ni big data que lo descifre. Aún así, la pregunta de Capdevila es justa y correcta.
Lo más débil del análisis, sin embargo, es haber incluido a Juan Guaidó en la inteligente aritmética geopolítica. la autora le dio a este pequeño personaje un rol irreal en la realidad de Venezuela. La reputación de Guaidó es multiplicable por cero entre sus propios seguidores y cada vez más en el Pentágono. Aún así, esa inclinación ideológica no le resta méritos a un escrito que ausculta en las fuerzas sociales las posibilidades de otro “reventón” social.
Presidente de México López Obrador.
Jovenel Moise, presidente de Haití
La sucesión de estallidos, o más propiamente rebeliones sociales, comenzaron en América latina por Puerto Rico en 2018. La gente en las calles expulsó al Gobernador, que equivale a echar a un presidente en cualquier otro país. Un año antes, casi estalla México por un aumento en el combustible, sólo fue evitado con la esperanza llamada AMLO. Siguió en Haití, que después de un mes de calles rebeladas dejó al presidente Jovenel Moise convaleciente y sin salida (Este dominfo pasado hubo una rebelión parcial de la Policía de Puerto Príncipe).
Los cinco princiales directivos de la CONAIE durante la rebelión ecuatoriana.
Por ese camino llegamos a las rebeliones en Ecuador y Chile, dos acciones que parecen escenas continuadas de un mismo conflicto. En el primer país, la poderosa CONAIE logró sentar al presumido presidente a una mesa a negociar en un tú a tú que arrojó un paradógico “empate... a favor del gobierno”. Chile elevó el rango de los estallidos: No solo por la masividad de las movilizaciones y los enfrentamientos con los cuerpos de represión. También porque si fuera echado del poder el presidente Piñera, caería mucho más que un presidente: sería el desplome del gobierno más neoliberal, el más aceitado del continente, desde 1973. pero además, y quizá lo más importante, en el Gran Santiago y otras ciudades fuertes y proletarizadas, la gente pobre se ha organizado en Asambleas y Cabildos populares que se desarrollan como alternativas de poder y acción política al gobierno y al mismo Parlamento. La gente desprecia todo lo que haga Piñera y desconfía de casi todo lo que haga la oposición del PC, el PS y el Frente Amplio.
Bolivia es casi otra cosa. Aunque la caída de Evo Morales se explica por una fuerza social derechista desatada en las calles, ni esta fuerza social ni la caída final tienen explicación racional sin la efectiva conspiración desde Washington, Brasilia y Argentina, aprovechando los visibles “nudos flojos” (sociales y en la seguridad) dejados por el gobierno izquierdista del MAS. La OEA, Brasilia y Gerardo Morales de Jujuy supieron desatar con astucia esos nudos, romperlos y cruzar las defensas sociales y militares que debían defender al gobierno. El final era ineorable: Evo tuvo que irse antes de que lo asesinaran los comités cívicos fascistas de Santa Cruz, que ya habían comenzado a incendiar casas de funcionarios.
General brasileño Heleno Ribeiro Pereira.
Diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del Presidente y jefe del sector más ultraderechista del gobierno.
Al escrito de Capdevila le faltó considerar dos factores sin los cuales el correcto método analítico usado no le arrojará ningún resultado. Primero, la dialéctica de victorias y derrotas, Segundo, el alcance de la presión imperial. Es simple la ecuación: Si el intento de dictadura boliviana se consolidara, avanzaría en Brasil la fracción más pro yanqui del ejército conducida por Heleno Ribeiro Pereira y de Eduardo Bolsonaro, el hijo, en el Planalto. Ambos anunciaron usar el ejército contra cualquier estallido que imite a Chile o Ecuador. En ese caso, la tendencia sería una derrota, incluso para la Venezuela bolivariana, con Guaidó o sin él.
Pero si ocurriera lo contrario (ambas opciones son posibles hasta ayer) y la Señora Añez fuera reemplazada, el general Heleno tendría que recostarse en su hamaca a esperar una segunda oportunidad, y EE.UU. se tendría que alejarse de las costas bolivarianas. Y Alberto Fernández estaría más desahogado geopolíticamente para gobernar en sentido progresista. Si es que es éso lo que decide hacer.